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El legado de Simón Bolívar a 240 años de su natalicio

Por Álvaro Sepúlveda Franco y Diego Gil Parra, julio 24 de 2023

La unidad de nuestros pueblos
no es simple quimera de los hombres,
sino inexorable decreto del destino.

Bolívar

 

Estadista, gobernante, militar, jurista, legislador, diplomático, escritor, más que un personaje histórico, Bolívar es un mito, un mito que el próximo 24 de julio de 2023 cumplirá 240 años de haber nacido. Su nombre lo llevan un país (Bolivia), un satélite de comunicaciones, e innumerables avenidas, estaciones de metro, empresas, plazas, parques, ciudades, provincias, departamentos, veredas, barrios, monedas, colegios, universidades, bibliotecas, museos, etc., a lo largo de los cinco continentes; y en su honor se han levantado estatuas en innumerables lugares, por ejemplo en todos los municipios de Venezuela, sin excepción, y en casi todos los de Colombia, con solo tres excepciones.

De lejana ascendencia vasca y gallega, de origen aristocrático, heredero de una de las mayores fortunas de Venezuela e Hispanoamérica, de esmerada educación y elevada cultura, el más grande hombre americano de todos los tiempos, aquél a quien la historia le otorgó el título de Libertador, fundó cinco repúblicas suramericanas que desde 1903 son seis: Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá. Nació en Caracas el 24 de julio de 1783 y murió en Cartagena el 17 de diciembre de 1830 a los 47 años y cuatro meses de edad, en el ostracismo y la ruina: todas sus riquezas, representadas en haciendas, minas de oro y de plata, casas, esclavos, ganado, caballos de paso, dinero, lo invirtió en la causa de la Independencia.

Llamado por algunos “el poeta de la espada”, ha sido uno de los mayores estrategas militares de la historia universal; lideró y obtuvo la victoria en las más más importantes batallas de la independencia del centro y norte de Sudamérica: Cúcuta, Taguanes, Araure, La Puerta, Pantano de Vargas, Boyacá (la más decisiva en la Campaña Libertadora), Carabobo, Bomboná, Pichincha, Junín, Ayacucho. Como dijera el historiador brasileño José Verissimo, “le arrebató a la mayor potencia de la tierra de su época más de la mitad de sus territorios”. Constitucionalista original, ha sido uno de los pocos que ha complementado a Montesquieu, el padre de la democracia moderna: además del Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, Bolívar incluyó el poder Electoral. Prolífico y esmerado escritor, se le considera una de las más altas figuras del romanticismo hispanoamericano: escribió cartas, proclamas, leyes, comunicados, oficios, discursos, decretos, instrucciones, artículos de prensa y varias Constituciones políticas, entre ellas la de Bolivia, mediante la cual al tiempo que se le daba una legislación al país se lo fundaba; sus escritos fundamentales son el Manifiesto de Cartagena, la Carta de Jamaica, el Discurso de Angostura y Mi delirio sobre el Chimborazo. Asumió desde el principio de su lucha la defensa de las poblaciones indígenas (aunque se le reprochan declaraciones ofensivas y actos administrativos en su contra) y afrodescendientes: al presidente de Haití, Alejandro Petión, quien en dos oportunidades lo alojó apertrechó, le prometió eliminar la esclavitud, lo que sólo cumpliría parcialmente (se lograría más de dos décadas después de su muerte), aunque concedió la libertad a miles de sus propios esclavos. Fue el precursor del asistencialismo estatal presente en las socialdemocracias, y de la Cruz Roja, a raíz de sus medidas humanitarias durante las contiendas bélicas. 

El mito bolivariano ha inspirado infinidad de obras de arte, como las pinturas de José María Espinosa y Pedro José Figueroa, y las novelas El General en su laberinto de Gabriel García Márquez y La ceniza del Libertador de Fernando Cruz Kronfly; además, sobre su gesta se han pronunciado los más destacados escritores de habla hispana, al igual que muchos autores de otros idiomas.

Por su temperamento y sus logros, resulta superior a los otros dos libertadores americanos, Washington y San Martín; su lugar en la historia solo es comparable con personalidades como Aníbal, Julio César, Carlomagno, Napoleón o Bismark, pero a diferencia de ellos sus aptitudes de guerrero las puso al servicio de liberar pueblos, no de someterlos. Y es el único que ha recibido el título honorífico de Libertador, otorgado inicialmente en 1813 por el Cabildo de Mérida en Venezuela tras la culminación exitosa de su Campaña Admirable, y ratificado en sucesivas ocasiones. Fue presidente de Venezuela, Guayaquil (Ecuador), la Gran Colombia, Perú y Bolivia. Dice el escritor venezolano Rufino Blanco Fombona que Bolívar “independizó naciones como Whashington, impartió leyes como Licurgo, venció reinos como Bonaparte y gobernó Estados democráticos como Pericles “. En reiteradas ocasiones le ofrecieron la corona monárquica, pero sus convicciones republicanas le impidieron aceptarla.

Una de sus mayores frustraciones fue no haber podido independizar a Cuba y Puerto Rico, y el mayor de sus sueños, que no pudo ver cumplido y que sigue vigente, era el que ya había enunciado Francisco de Miranda: ver unidos en una única y poderosa confederación de naciones, y bajo el imperio de una democracia popular, a todos los países que Martí llamaría “Nuestra América”, el territorio situado entre el sur del río Bravo en México (por ese entonces el virreinato de la Nueva España) y la Tierra del Fuego en Argentina, para conseguir lo cual convocó el 22 de junio de 1826 el Congreso Anfictiónico de Panamá bajo el principio de que para independizar plenamente a la América española era inminente crear una república grande y fuerte que pudiera desafiar las pretensiones de cualquier potencia imperial y garantizar su propia independencia.

La revolución hispanoamericana de inicios del siglo XIX fue a la vez de independencia, de cambio de régimen político (lo que poco recalcan historiadores e historiógrafos) y de unificación continental: la idea era terminar el yugo colonial, hacer el tránsito de la monarquía al republicanismo y consolidar la Patria Grande. Lo primero y lo segundo se consiguió, pero lo tercero no, debido a las ambiciones caudillistas y las rivalidades entre los Generales independentistas; pudieron más las intrigas palaciegas y las pugnas de poder. Y tampoco se constituyeron Repúblicas propiamente dichas (solamente en el papel), pues terminó prevaleciendo una ideología semifeudal, no la liberal, republicana e igualitaria que pregonó siempre el Libertador. El mismo año de su muerte, 1830, fue el magnicidio de Antonio José de Sucre, a quien había designado como su sucesor, y al año siguiente, producto de las rencillas de la Convención de Ocaña en 1828, se produjo la disolución de la Gran Colombia: Páez en Venezuela, Santander en la Nueva Granada y Flórez en Ecuador dieron al traste con el proyecto integracionista. No se pudieron preservar ni las riquezas naturales ni la soberanía de los territorios recién “independizados”. El XIX fue para el “subcontinente” el siglo de la fragmentación, de la balcanización; lo que durante la Colonia habían sido vastos virreinatos, capitanías y provincias terminó convertido en una proliferación de países pequeños y separados que España ni se dignará reconquistar: los Estados Desunidos de Latinoamérica. La integración se ha reducido, ya avanzado el siglo XX y empezando el XXI, al surgimiento esporádico de organismos multilaterales centrados más en lo cultural, lo económico-comercial-bancario, la seguridad y la infraestructura vial que en lo político: la OEA (ese “Ministerio de las colonias americanas”, como la llamara el canciller cubano de la dignidad Raúl Roa García), el Pacto Andino, el Mercado Común Centroamericano, CEPAL, y más recientemente UNASUR, MERCOSUR, Asociación de Estados del Caribe, PROSUR, ALADI, ALCA, ALBA, CELAC, Alianza del Pacífico, Parlamento Andino, Foro de Sao Paulo, Cumbre Iberoamericana… Pero esos intentos no han impedido la proliferación de los sistemas de castas hereditarias en los poderes políticos y económicos (plutocracia, no demo-cracia) ni la creciente desigualdad social ni el atraso científico-tecnológico ni el surgimiento en lo local de gamonales y en lo nacional de dictadorzuelos militares tan variopintos como nefastos. Y en medio de todo esto, la avidez imperialista de los Estados Unidos con aprobación unánime de los dos partidos que ejercen por turnos el poder allá. “Una república lobo contra esa manada inerme de paisitos corderiles, corderiles no por mansos sino por débiles”, según la descripción lapidaria de Blanco Fombona. El hecho concreto es que pasamos de ser colonia española para convertirnos, primero en clientes financieros y proveedores de materias primas del imperio inglés, y luego en semicolonia norteamericana; sabido es que las embajadas de USA en nuestras naciones funcionan en la práctica como delegaciones virreinales. Ninguna de las premoniciones bolivarianas fue tan acertada como esta: “Los Estados Unidos de América parecen destinados por la Providencia para llenar de males nuestras tierras en nombre de la libertad”.

Bolívar, en síntesis, fue a la vez el Washington y el Robespièrre de Sudamérica. En medio de humanas contradicciones y de humanos errores (políticos y personales), como la vanidad, la megalomanía, la impulsividad o el autoritarismo eventual, logró con la fuerza de su espada (y la ayuda de su gente, pues como señala Marx no son los hombres quienes protagonizan la historia, sino los pueblos) la independencia económico-política, y con la fuerza de su genio consiguió en suelo transatlántico lo que no pudo Riego en la península: realizar el tránsito del monarquismo feudal al republicanismo precapitalista, semifeudal.

El pensamiento bolivariano ha sido reclamado para sí por corrientes políticas de todo el espectro ideológico, desde el falangismo hasta el socialismo, pasando por el conservatismo, el liberalismo y la socialdemocracia. El bolivarismo (término aceptado por la Real Academia Española en 1927), como corriente de pensamiento basado en opiniones, discursos y escritos del caudillo, ha sido promovido por personas y organizaciones americanas y españolas muy diversas entre sí, y quizá su único punto en común sea el patriotismo hispanoamericano y el antiimperialismo estadounidense. Está lejos de ser un cuerpo doctrinal concreto, sólido, coherente, y no es posible que lo sea, ya que Bolívar actuaba de acuerdo con los contextos de cada momento sin guiarse por principios intelectuales universales, fijos y claros, fluctuando entre lo reaccionario y lo revolucionario. El culto bolivariano, del que disfrutó en vida al menos desde 1812, lo inicia formalmente José Antonio Páez y sus partidarios en abril de 1842 al repatriar sus restos de Santa Marta a Caracas y lograr la aprobación por decreto de la glorificación de Simón Bolívar; luego sería continuado en 1883 cuando el presidente venezolano Antonio Guzmán Blanco celebra el primer centenario de su nacimiento. Más tarde, su ideario, y en especial el proyecto integracionista, es retomado por varias Sociedades Bolivarianas e infinidad de gobernantes y líderes políticos: a finales del siglo XIX, por José Martí (Cuba); a lo largo del XX, por Getúlio Vargas (Brasil), Juan Domingo Perón (Argentina), Rómulo Gallegos (Venezuela), Augusto César Sandino (Nicaragua), Jacobo Arbens (Guatemala), Fidel y Raúl Castro (Cuba), Ernesto Guevara (Argentina), Salvador Allende (Chile), Ómar Torrijos (Panamá); y en los actuales inicios del XXI se ha dado un impulso neobolivarista, en su versión democrática y progresista, representado en personajes como Hugo Rafael Chávez (Venezuela), Luiz Inácio Lula da Silva (Brasil), José Mujica (Uruguay), Evo Morales (Bolivia), Rafael Correa (quien dio el grado póstumo de Generala a la “Libertadora del Libertador”, Manuelita Sáenz, a la que San Martín había conferido el título de Caballeresa del Sol) (Ecuador), Manuel Celaya y Xiomara Castro (Honduras), Andrés Manuel López Obrador (México), y más recientemente Gustavo Petro (Colombia), que en el acto de posesión presidencial exhibió la espada de Bolívar como símbolo de su mandato.

Es claro que, con todo y su inmensa relevancia histórica, a Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Ponte no hay que idealizarlo (convertir su periplo existencial en una hagiografía), pero tampoco demonizarlo (como han hecho y hacen algunos); es preferible estudiarlo, lo cual es arduo: implica años; tal es la dimensión de su obra política, militar, legislativa, literaria y hasta filosófica. De Bolívar puede decirse lo que se quiera, y de su vida resaltar episodios incómodos, pero, valga la tautología, Bolívar es Bolívar. Fue un estadista de primer orden, si bien un gobernante discutible y discutido. Le proporlcionó su primera Independencia y su organización estatal (sus instituciones políticas, económicas, cívicas, jurídicas) a cinco repúblicas. Protagonizó una hazaña militar de repercusiones internacionales. Dejó escritos de alto valor literario. Redactó Constituciones políticas que todavía hoy, a más de dos siglos, siguen estudiando juristas y políticos, historiadores y politólogos. De ahí que la frase que le consagrara José Martí, considerado el primero de los bolivarianos, no puede ser más puntual: “porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy: porque Bolívar tiene que hacer en América todavía”.