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En riesgo las candidaturas del Pacto Histórico a las elecciones locales y regionales

Por Álvaro Sepúlveda Franco, agosto 4 de 2023

Foto: Pacto Histórico

Resulta de crucial importancia saber que las elecciones del poder ejecutivo local y regional son tanto o más importante que las presidenciales y las legislativas. No todas por supuesto, pero sí buena parte de las decisiones públicas que se toman en una gobernación o en una alcaldía repercuten más directa e inmediatamente en la cotidianidad de los ciudadanos que las decisiones de una presidencia o de un parlamento.

De ahí lo preocupante de lo que ocurre hoy durante el periodo preelectoral en Cali, en el Valle del Cauca y en todo el país. Es inconcebible hasta qué punto los partidos y movimientos alternativos imitan en sus prácticas, por más que logren ocultarlo en sus palabras, a sus pares tradicionales: presunta compra y venta de votos, y de candidatos; colados en las listas de candidatos; autonombramientos; centralismo; desorden. Como ha dicho Gustavo Bolívar: “Intereses van y vienen, nepotismo, venganzas, se castiga al que levanta la voz, se cierra el paso a liderazgos por envidias o conveniencias, se negocian avales…”.

Estas próximas elecciones del 29 de octubre de 2023 a gobernaciones, alcaldías y juntas administradoras locales se ven seriamente amenazadas para los sectores que apoyaron, apoyan y apoyarán al actual Gobierno del Cambio del presidente Gustavo Petro y la vicepresidenta Francia Márquez. Y la amenaza no viene de fuera; proviene del interior mismo de las organizaciones, que más valdría llamar desorganizaciones sociales y/o políticas al no estar al parecer capacitadas para deponer los egoísmos, los intereses propios (individuales y partidistas), en función de un consenso eficaz que permita competir con posibilidades de éxito contra los sectores tradicionales, derechistas, conservadores, oligárquicos, hegemónicos, como quiera que se les llame. En varios departamentos y en muchos municipios no se pudieron inscribir en la Registraduría Nacional no pocos candidatos, en otros los inscritos carecen de legitimidad y/o de apoyo por parte de la población, y muchas candidaturas no pudieron inscribirse debido a que llegaron tarde o no llegaron los avales desde Bogotá (es el problema de disponer de un modelo tan centralizado, en el cual hay que esperar las decisiones tomadas en la capital del país). En Bogotá, Cali, Medellín y Barranquilla hay incertidumbre con las campañas del Pacto Histórico: no hay claridad sobre los nombres, las agendas y las estrategias para consolidar sus propuestas. Un ejemplo ilustrativo del desgreño preelectoral es lo ocurrido en Cali y el Valle del Cauca, donde se presentaron listas cerradas a la Asamblea y al Concejo; la de la Asamblea ha sido acusada de patriarcal, pues aparece encabezada por cinco hombres, y la del Concejo, si bien tiene más equidad de género, incluye, en los renglones segundo y tercero, a mujeres sin trayectoria en la militancia. Es en particular lamentable que a un valeroso líder reconocido en su lucha contra la corrupción como el exfiscal Elmer José Montaña la dirigencia parlamentaria radicada en Bogotá no le haya dado la oportunidad de participar como candidato a la alcaldía de esta ciudad.

Estas circunstancias, esta dificultad y a menudo la imposibilidad de poner de acuerdo a 13 formaciones políticas, que son las aglutinadas alrededor del partido de gobierno, el Pacto Histórico, han llevado a la propuesta del excongresista y ahora candidato a la alcaldía de la capital: “Ante el rotundo fracaso en la entrega de avales por parte del Pacto Histórico y sus partidos, o se unifican las personerías jurídicas en una sola y se definen mecanismos democráticos para escoger candidatos, o desaparecemos”. Algo que deberá de todos modos meditarse, pues no necesariamente la solución es disolver los partidos minoritarios existentes; podría bastar con que logren cualificar sus principios y sus prácticas.

El hecho es que así no se puede obtener mayorías en las urnas. Se les está entregando en bandeja de plata el poder local y regional a los mismos con las mismas, y en esta coyuntura en particular a esa serie de movimientos nuevos con nombre eufemísticos apoyados y financiados por presuntamente el partido de la U, Cambio Radical o el Centro Democrático. En esas condiciones, va a ser muy difícil que en los territorios se consiga el cambio que se ha logrado desde el poder central del Estado. Es previsible que las derechas se van a unir para derrotar en las provincias el proyecto del presidente Petro, y que la votación del PH bajará ostensiblemente. Las entidades territoriales (regionales y locales) volverán al clientelismo y la corrupción. Ascenderá el abstencionismo. Por desorden e inmadurez política no se supo aprovechar la alta votación del PH hace un año liderada por Gustavo Petro.

Si las izquierdas, las centroizquierdas, los alternativos, los socialdemócratas, los progresistas, o como quiera que se les designe, empiezan a hacer política en los mismos dolosos y mañosos términos de la vieja clase gobernante, ni se está avanzando ni se van a llevar al poder de las alcaldías y gobernaciones a quienes deberían estar allí por su compromiso, su diligencia y sus propuestas. Y muy poco cambiará en el panorama nacional, pues, como decíamos, las elecciones departamentales y municipal, tanto del ejecutivo como del legislativo, son tanto o más importantes que las presidenciales.

Esta situación parece darle la razón al principio según el cual en las naciones democráticas las derechas se unen por intereses y las izquierdas se dividen por ideas, ideologías, subideologías, ideologemas; o por mezquindades y pugnas internas.

Olvidan con los hechos lo que pregonan con palabras y eslóganes de campaña: que el ideario del Pacto Histórico (que nació en 2021 con la unión de varios movimientos y partidos políticos como, entre otros, Colombia Humana, Unión Patriótica, Partido Comunista, Polo Democrático Alternativo, Movimiento Alternativo Indígena y Social (MAIS), Partido del Trabajo de Colombia, Unidad Democrática, Los Comunes, Todos Somos Colombia) busca instaurar una era de paz, impulsar la inversión, el crecimiento, el empleo, la reducción de la pobreza, la inequidad y la exclusión, garantizar la estabilidad económica y social, así como convertir a Colombia en una “potencia mundial de la vida”, para lo cual el Plan Nacional de Desarrollo se propone, entre otros objetivos: 1. Abandonar el modelo económico basado en la exportación de petróleo y carbón; 2. Reemplazarlo por uno de creciente producción agropecuaria, de turismo respetuoso del ambiente físico y cultural, y de una productividad basada en el conocimiento, la ciencia y la tecnología; 3. Generar empleo y oportunidades; 4. Incluir a las mujeres, el campesinado, las comunidades étnicas y la población migrante; 5. Asumir de forma decidida la defensa y restauración de nuestros recursos naturales; 6. Poner en marcha un Ministerio de Industria; 7. Recuperar la autoridad sanitaria del Estado; 8. Fortalecer la Superintendencia de Servicios Públicos; 9. Otorgar un papel decisivo a las organizaciones sociales a las que se invita a diseñar las metas, proyectos, presupuestos, estrategias y actividades; y 10. Crear un banco público que a través de un modelo multibanca canalice recursos para los pequeños y medianos empresarios, y que ofrezca créditos a cero intereses para las poblaciones más vulnerables… En fin, olvidan que el programa de este gobierno progresista reasume competencias y acciones abandonadas desde que iniciaron los procesos neoliberales de privatización que Colombia adelantó en el contexto del “Consenso de Washington”.

Sobre estos principios pueden más las pugnas internas, los odios inter e interpartidistas, las competiciones desleales, los caudillismos, las apetencias de lucro y de poder. Esas disputas intestinas, y desde los intestinos, lejos de consolidar un proyecto socio-político, lo deterioran, lo eliminan, lo lesionan, lo distorsionan, lo desacreditan, lo debilitan.

 

Sin duda que es imposible conformar listas de candidatos y candidatos que sean del gusto de todas y todas, y que no entren en conflicto, pero no se trata de eso sino de incluir en las candidaturas a personas que conozcan y ofrezcan soluciones viables y financiables a las principales problemáticas de los departamentos y los municipios; que conecten con sus comunidades, y estén real y efectivamente dispuestos a trabajar para el bien común, no para su interés personal, gremial o partidista.

Las próximas elecciones no son desde luego un plebiscito, aunque sí serán un espacio en el que se medirán fuerzas y capacidad de convocatoria. Es por eso fundamental la visibilidad mediática a los programas y en especial a los logros del gobierno: los avances en la economía, los proyectos de reforma laboral, de salud, pensiones y agro, los golpes a la corrupción y al narcotráfico, las mejorías de subsidios, los avances en la Paz Total, el descenso del desempleo a un dígito, la baja del dólar, el aumento de la inversión extranjera y del turismo, etc. Las estrategias comunicacionales han brillado por su ausencia, y es necesario hacer énfasis allí. No son suficientes los escasos medios audiovisuales, radiales y escritos que existen; y hay que apoyar logística y financieramente a las decenas de youtubers comprometidos con el cambio.

Algo se puede hacer todavía, aunque es preciso reconocer que las izquierdas carecen de líderes reconocidos. Es hora, pues, de renovar liderazgos: los jóvenes, las mujeres, los grupos emergentes, la primera línea, etc. deben asumir las banderas del PH.